Continuación del artículo de Vicente Ortiz y Javier Sedano.
Efecto injerto.
A
veces
se
da
una
especie
de
incubación
o
regestación
de
la
personalidad
del
paciente
por
la
personalidad
del
analista,
que
se
injerta
en
aquella
para
activarla
y
vertebrarla
adecuadamente.
“El efecto injerto, reside en la
“terceridad”, en ese campo analítico intermedio creado entre terapeuta y
paciente. Es simultáneamente un efecto de la transferencia y de la contra
transferencia, que tiene diversos registros y diferentes funciones. Este
efecto, junto con la co-elaboración conjunta que ambos protagonistas hacen del
proceso y el continuo papel activo, afectivo y comunicativo del terapeuta,
construyen un espacio de interacción relacional más rico, a la postre, para la
resolución de los déficits y conflictos acaecidos en la historia del sujeto”
(Guerra, R., 2011:181). La
posibilidad
de
una
comunicación
profunda,
que
transciende
los
planos
verbal,
social
y
conceptualizable,
se
sitúa
a
niveles
concretos,
participativos
y
vivenciales
y
está
condicionada
por:
a)
La
confianza
básica,
como
una
suerte
de
"experiencia emocional correctora"
que
rectificaría
el
influjo
parental
primario
perturbador.
b)
La
comunicación
de
inconscientes, es la capacidad de intuirse en dos
direcciones del ejercicio relacional y
sobre todo de la captación de la vida inconsciente y supone: Por parte del Terapeuta:
Intuir
la
dinámica
inconsciente
de
las
perturbaciones,
anticipando
datos
inexplícitos.
Cometer
lapsus
liguae que hacen insight en el paciente. Acertar hermenéuticamente de modo
que
el
paciente
se
sienta
inconscientemente
comprometido
por
la
interpretación.
- Por parte del paciente: Soñar
o
fantasear
eidéticamente
datos
del
analista.
Soñar
con
expresiones
en
lenguas
desconocidas.
Premoniciones
sobre
situaciones
que
afectan
al
analista sobre la
propia vida y la de otros, otorgando ya la capacidad del avance paranormal y la
posibilidad nunca cerrada de la autentica comunicación superior. (Jung, C.,
1974; Cencillo, L., 1970; 1977; 1988; 2001; Weiss, B., 2003; Ortiz, V., y Guerra, R., 2007; Ortiz,
V., 2009).
Dicha comunicación se puede fomentar a partir de una
relajación explicita sobre todo, cuando el paciente se muestra resistentivo en
las fases medias y co-elaorativas del proceso y aparece la comunicación en
forma de silencio, ya que no surge material
o el que surge parece haberse verbalizado ya. (Cencillo, L., 1970; 1977; 1988;
2001; Sedano, F., y Ortiz, V., 1992:51; Lahitte, H., y Ortiz, V., 2005; Ortiz,
V., y Guerra, R. 2007; Ortiz, V. 2009; Ortiz, V., 2011).
Recordaremos sucintamente, algunos silencios más allá de la
frustración, que nuestro autor avanza, en una descripción fenomenológica
operativa, ante la desigual función dinámica señala, que por lo menos surgen once
tipos diferentes de silencios: Vacíos o
inertes, al comienzo; Provocador,
el paciente calla para probar el aguante del terapeuta; Resistentivo, al paciente no se le ocurre nada; Preparatorio, el paciente indica analógicamente
un trabajo de introspección; Transicional,
es un silencio que indica el cambio de una fase a otra, sobre todo en las fases
medias; Profundo, incapacidad ante
nuevos contenidos más alejados de la conciencia; Elaborativo, el paciente está asimilando lo verbalizado; Ansiógeno, anuncio de nuevos materiales; Traumático, abuso de señalamiento o
interpretación por parte del terapeuta; Expresivo,
como forma de intrigar o seducir y
similar al de Petición de ayuda, que pide rescate o que se le ayude con alguna
fórmula operativa (Cencillo; L., 1988:229).
También en el terapeuta aparecen silencios: Comprensivo, precisa escuchar; Empático, precisa sentir el discurso del
paciente para comprender; Elaborador,
precisa conectar niveles de información; Negador,
no está de acuerdo con el paciente en su argumento; Censurador, no sólo no está de acuerdo sino que puede que no sea el
momento de confrontar o inhabilitar; Activación; el terapeuta calla para que
se active la información reprimida; Desconocimiento,
no habla, no sabe porque le faltan datos;
Desconexión, falta de atención por diferentes motivos vitales (Ortiz, V., y
Guerra, R.; 2002: 243).
- Clima afectivo: Es uno de los focos
que más atención debe prestar el terapeuta sobre todo en los inicios de la
relación, en las denominadas entrevistas iniciales, para no perder el caso, por
lo que más allá de estrategias operativas de anamnesia exhaustiva y evaluaciones
persecutorias, debe abrirse el terapeuta a una profunda aceptación sin juzgar,
y coincidimos con la tolerancia no dirigista, y la paciencia personal para
conducir el caso, junto a la autenticidad genuina, que ya recordara los diferentes autores
humanistas; (Maslow, H. A.1972, 1987; Allport, G..W. 1972, 1974; Rogers, C.,
1981; Fromm, E., 1975, 1977, 1980, 1986).
Advierte E., Nacht (1966), que
el
rasgo
fundamental
del
analista
debe
ser
la
bondad.
Aunque por ello también es compatible asumir otras formas relacionales que
manejen adecuadamente los límites de la relación de cara a su mayor crecimiento
personal y existencial
(Cencillo, L., 1970; 1974; 1977; 1988; 2001; Sedano F., y Ortiz, V., 1992:51; Lahitte,
H., y Ortiz, V., 2005; Ortiz, V., y Guerra R., 2007; Ortiz,
V., 2009; Ortiz, V., y Guevara, M., 2011).
La conducta del analista ha de ser factiblemente controlada,
sobria,
exigente
y
hasta
"dura"
para
no
corresponder
a
las
demandas
del
paciente.
Pero
el paciente
ha
de
advertir
una
estima
auténtica
de
su
persona,
una
intención
sincera
dirigida
hacia
su
bien,
y
una
captación
afectiva
de
su
concreción
personal,
unida
al
aprecio
real
de
la
misma.
Ha
de
adiestrarse
al terapeuta en
formación, en una percepción altruista y concreta del otro, que podemos calificar de núcleo dinamizador
de
la
vocación
de
terapeuta.
-Inducción energética.
Supone
un
préstamo
de
energía
que
el
paciente
recibe
del
terapeuta.
Capacidad
de
entusiasmo,
visión
clara
y
motivante
de
las
realidades,
percepción
confiada
y
apreciativa
de
los
demás,
son
cualidades
que
el
analista
debe
desarrollar
en
sí
mismo,
para
poder
ser
eficaz.
La
energía
proporcionada
por
el
terapeuta
supone
un
injerto
de
realismo,
de
visión
objetiva
de
las
realidades,
de
plenitud
afectiva
equilibrada,
atributos que claramente puede resultar un modelo inconsciente para el
comportamiento del paciente.
Asimismo, en la actualidad y con la factibilidad de viajes,
desplazamientos o interrupciones puede discutirse si estas funciones
son sostenibles en el actual fenómeno del encuadre a través
de
Internet,
abriendo
un
nuevo
camino
para
la psicoterapia
virtual.
Pero, más allá de
la comunicación virtual, parece sensato recordar que la relación terapéutica
tiene que estar conformada por una
comunicación reglada, que comprometa la productividad del mismo y nos
permita progresar, que en el fondo es de lo que se trata, cambiar el goce del
síntoma por el del saber, lo que nos conducirá a una posible conquista de
crecimiento personal y contra las tendencias más arcaicas y primitivas de la
emergencia negativa del inconsciente. (Rof Carballo, J., 1972; Jung, C., 1974;
Cencillo, L., 1998; Lahitte, H., y Ortiz, V., 2005; Ortiz, V., y Guerra, R.
2007; Arias, T.; 2009; Ortiz, V.; 2009; Ortiz, V.; Guevara, M.;
2011; Ortiz, V., 2011).
Por eso, tal vez el encuadre o las reglas de trabajo deben
de variar poco y así Bleger (1976) alude el encuadre como el no proceso cuya mudez lo hace aparecer como inexistente hasta
que algo lo altera. Winnicott (1981) define
el
setting
como
la
suma
de
todos
los
detalles
de
la
técnica.
León Grinberg (1989) entiende el encuadre como el proceso de investigación, que
puede ser entendido en la flexibilidad suficiente de los límites que expresa la relación contenida en el cuadrilátero de
boxeo. “El encuadre supone
fijar
como
constantes
las
variables
de
tiempo
y
lugar,
estipulando
ciertas
normas
que
delimitan
los
papeles
de
entrevistado
y
entrevistador
con
arreglo
a
la
tarea
que
se
va
a
realizar."
(Etchegoyen, H.,
1986).